sábado, 6 de febrero de 2010

Capítulo V - Una experiencia profesional

A fines de 1971 o principios de 1972 en una de las reuniones de Audas, tuve la oportunidad de conocer a Pedro Gonzalez, un Submarinista Profesional, que había vuelto de Francia para radicarse, trayendo los más sofisticados equipos de la época, para todo tipo de actividad. Había sido un competidor que había participado por Uruguay en el Campeonato Mundial de Caza Submarina de Rio de Janeiro en 1963, en el que tuvo un accidente del que supo sortear la muerte, ya que cuando estaba sumergido en una cueva profunda, tratando de cazar un Mero, se le reventó uno de los tímpanos por no poder descomprimir, quedó perdido, pero se sobrepuso y pudo llegar a la superficie. Entusiasmado por la visita de Jacques Cousteau a Uruguay, se presentó a éste, y dejó el Brou y su oficio de carpintero, para irse a Francia, dedicándose a trabajar de buzo profesional, en distintas empresas, entre ellas la Comex de Marseille, y hasta el Museo Oceanográfico de Mónaco, donde tuvo la oportunidad de servir ni más ni menos que al mismísimo Capitán Cousteau.
Un día me encontré en la explanada de la Intendencia con Ego Tato, que había sido mi entrenador en la preparación del equipo de Caza Submarina que iba a participar en el Sudamericano en Puerto Madryn. Era salvavidas de la Intendencia, y nos estrenaba tres veces por semana en la playa Carrasco, ya que el estaba de guardia ahí, a su vez supervisaba los entrenamientos en pileta que hacíamos en el Club Brou, en las pruebas de competencia en Isla de Lobos, y en los entrenamientos de pesca en La Paloma e Imbituba (Sta.Catarina). Me contó que Pedro necesitaba un buzo, para poder cumplir con un contrato para hacer un relevamiento del espesor de la capa de lodo por donde se iban colocar los pilares que soportan hoy el colector sub-acuático. La oportunidad de acompañarlo en ese trabajo a este aventurero en calidad de ayudante, despertó en mí las fantasías, como cuando había visto la película Los Aventureros de Ventura y Delon, o los documentales de Hans Hass y Jacques Cousteau. Una vez me contacté, tuvimos una entrevista en su casa, y luego de ponernos de acuerdo empezó a interiorizarme sobre los equipos que usaba, técnicas, y en qué consistía el buceo profesional.
La previa.
Estas reuniones dieron oportunidad para que me contara infinidad de anécdotas originadas en sus actividades de buzo profesional, en Marsella, París, y en el Museo Oceanográfico de Mónaco, donde tuvo la oportunidad de servir ni más ni menos que al mismísimo Jacques Cousteau.
Obviamente que sus anécdotas versaban sobre tareas de inspecciones y reparaciones internas de tuberías de desagües, soldaduras y cortes a soplete, trabajos en medios tóxicos, uso de explosivos, retiro de obstáculos en medios reducidos, etc.,etc., esas historias no no eran ni más ni menos, que esquivar increíblemente la muerte en situaciones límites, por tratarse de un entorno tan desfavorable.
Desde el primer momento quedó claro que mi actuación iba a limitarse a estar presente para cumplir la cláusula del contrato, así que lo mío iba a ser observar, aprender, y ayudar en tareas sencillas, propias de un aficionado al buceo. Puerto Buceo.
El proyecto se inició una mañana, salimos del Yatch Club del Buceo, en una lancha alquilada, en esa oportunidad y en la siguiente el agua estaba calma, pero totalmente tapada, y mi actuación se limito a sumergirme en apnea hacia el fondo, y determinar al tacto si era de roca o barro.
En ese invierno eran tantas las partículas en suspensión que había, que el uso de una linterna era totalmente inútil.
Trabajo con La Armada.
Luego se definió una tarea más compleja, para la que se contrató la PR11 de la Armada, se había decidido empezar a medir la capa de lodo, hasta encontrar piedra o "barro duro", para lo que se utilizó la técnica de introducir la famosa "lanza Galeazzi", como punta enroscada a varias secciones de caños metálicos, que en la superficie estaba conectado a un compresor que se suministraba aire o agua.
Había que llegar al fondo (profundidad mínima 8 metros), utilizando equipo semi-autónomo, calcular a ciegas que dicho caño quedara perpendicular al fondo, y entonces se empezaba a introducir, y en la medida de que no hubiera resistencia, se iba agregando más secciones de caño metálico, obteniendo mediciones de entre 8 y 11 metros de capa de lodo. Era muy complicado poder salir a realizar el trabajo, ya que se tenían que dar condiciones excepcionales, por el manejo del equipo a introducir, no sólo eran un impedimento las olas, sino que también las corrientes. Ya teníamos coordinado que cuando se pronosticaban condiciones favorables, Pedro me llamaba la noche anterior, y a la mañana siguiente me pasaba a buscar a las 5am, junto con un asistente que le proporcionaba un apoyo logístico, un Jeep y un trailer donde iban todos los equipos, y de mi casa partíamos hacia el Servicio de Hidrografía de la Armada. Concurrimos en varias oportunidades, los Oficiales siempre fueron muy amables con nosotros, y se había un vínculo de camaradería y confianza. Si del puerto confirmaban que el mar estaba calmo, entonces se pasaba toda la carga del trailer a un furgón de la Marina, y partíamos con un chofer y un Capitán hacia el hasta el Puerto de Montevideo, pasábamos el control de los Fusileros de la Armada para ingresar al muelle, y de ahí atravesábamos otras embarcaciones para llegar a la PR11. Tuvimos dos intentos frustrados antes de ir a puerto. La primera vez que informaban desde el puerto que podíamos salir, después de embarcar y llegar a la zona de relevamiento, no se pudo realizar el trabajo por las corrientes que habían, unos días las mismas condiciones, y otro intento frustrado, al regresar a puerto, los Oficiales nos invitaron a su comedor, en una de las embarcaciones mayores. El día “D”. Un día me llama la esposa de Pedro, para avisarme que al día siguiente estaban pronosticadas condiciones muy buenas, por lo que me preparara ya que me iban a pasar a buscar. Llegaron como siempre en hora, y me llamó la atención que el que bajo a tocarme timbre fue su asistente, al igual que la llamada la hubiera hecho su esposa, después de cargar la bolsa de mi equipo, subo al vehículo y me encuentro que Pedro esta sumamente abrigado, y me dice que está engripado y no le baja la fiebre, pero que tenemos que ir igual, ya que sino estaría incumpliendo el contrato, así a cruzar los dedos y rezar para que no podamos salir, a pesar de que me mejore. Al llegar al Servicio de Hidrografía, ya tenían "bandera verde", y nos esperaban para salir inmediatamente hacia el puerto, y así lo hicimos, yo preocupado como siempre porque estábamos en época de enfrentamiento con los Tupas, desde adentro del furgón mi imaginación me llevaba a ver los agujeros que iban dejando las ráfagas de metralleta de los subversivos, era un alivio cuando llegábamos al puesto de los Fusileros, a pesar del desprecio y desconfianza con que nos miraban incluso a los uniformados, con los que el trato verbal podría calificarlo de "violento". Salimos finalmente del puerto, y nos dirigimos al primer punto a relevar, después de anclar bajaron una embarcación menor, que a su vez anclaron, y a ella bajaron todos los equipos y nosotros tres. Un día soleado, el mar quieto, "liso", sin corrientes, el mejor día de ese invierno, pero Pedro apenas podía hablar, "sigo con fiebre y vas a tener que hacer el trabajo vos", yo un inconsciente de 21 años que me creía experimentado pichón de Cousteau, por haber llegado en Imbituba a 20 metros de profundidad buceado en apnea, no tenía idea cabal de lo que me esperaba allá abajo. Después de su anuncio, lo que siguió fue una lluvia de instrucciones sobre que debía hacer, lo que no, y los peligros a que me exponía. Así que no debía jamás soltar la boquilla porque si le entraba agua, después se me iba a los pulmones, tenía que bajar siempre en posición vertical, sin soltarme de la cuerda que me llevaba al ancla de la embarcación de apoyo, para subir tenía que hacerlo sin soltarme siguiendo la cuerda que sujetaba la lanza Galeazzi, que estaba junto a la del ancla, si subía libremente en plena oscuridad, podría golpear con mi cabeza con el instrumento que mide la velocidad de la embarcación, que estaba sumergido debajo de la PR11, que tiene la forma de un avioncito con bordes afilados, y mi cabeza se abriría al medio, el mismo riesgo si golpeara contra las hélices, aparte de que por estar buceando con equipo semi-autónomo, de mi espalda salía una manguera por la que me suministraba aire filtrado el compresor, y una cuerda de seguridad, las que podían llegar a engancharse en las mismas, etc., etc. Todas estas instrucciones que fueron muy bien dadas, no por ello dejaron de ser una improvisación imprevista, lo correcto hubiera sido que antes de iniciar este proyecto, me hubiera adiestrado en el uso del equipo, y hacer un simulacro del trabajo a realizar en alguna laguna, por sus aguas calmas. Supuestamente preparado, con todo el equipo colocado Ok, inicié la primera inmersión, ni bien empecé a bajar asido a la cuerda del ancla, en forma vertical con la cabeza hacia arriba, de ver agua marrón, pasé a la oscuridad absoluta, era como una ceguera total, nunca había sentido algo igual. Llegué al fondo y empecé a hacerme una composición mental de lo que me rodeaba, a pesar de mi inconciencia, mi espíritu de supervivencia me decía que estaba en el lugar equivocado, una película de probables accidentes se proyectaba en mi mente, desde palangres a la deriva, cuerdas, lingas de acero, el veneno de las púas de los Bagres Sapo o de los aguijones de los Chuchos, etc., Todos esos peligros podrían estar ahí, a centímetros, pero yo no veía nada, ni podía hacer nada pera evitarlos, la decisión estaba tomada, esto me superaba, el pequeño pago pactado no lo justificaba, tampoco mi espíritu aventurero, mi orgullo, nada lo justificaba, no era justo que me pusieran en esta situación, era un novato para esta tarea. La decisión. Volví a la superficie para informar y recibir nuevas órdenes, mi intención era comunicar que abandonaba, y cuando miro hacia la PR11 veo al capitán, oficiales, y marineros, todos mirándome desde que emergí del fondo, era el centro del espectáculo, el representante de todos ellos ante el mar y sus misterios, el desafiante del mito griego de que el mar se traga los hombres. Renunciar en ese momento significaría una cobardía, defraudar a todos los espectadores, desperdiciar todos los gastos que implico desplazar esa embarcación, no tenía como zafar a medias, lo hacía o no lo hacía, y decidía asumir el reto. En la siguiente inmersión tenía que introducir los caños de hierro con su punta Galeazzi en el fondo, en forma perpendicular, ya adaptado a la oscuridad total, y superado el miedo porque estaba jugado a lo que pudiera pasar sin otra alternativa, se me ocurrió acostarme en el fondo, como si estuviera en el living de casa, y así calcular bien esa “perpendicularidad”, para que la medición fuera lo certera posible. El instrumento se iba abriendo paso en el lodo de una manera increíble, era como meter una cuchara en un flan, y en la medida de que no hubiera resistencia, lo seguía sumergiendo, cuando se agotaba el caño, había que parar para que agregaran más secciones desde la superficie, cuando ya no se hundía más, se infería que se había llegado a una capa de roca o barro duro, les avisaba, y entonces se retiraba desde la superficie y se tomaba nota de la longitud de caño introducida. Estos procedimientos se repitieron en varios puntos en la jornada, obteniendo medidas que iban desde los 8 hasta los 11 metros. El día después. Esta aventura terminó aquí, poco tiempo después me llamó Pedro para ofrecerme un nuevo un trabajo que implicaba bucear de lunes a viernes, tres horas de mañana y tres de tarde. Se trataba del proyecto de la parte de ventilación de la futura Central Eléctrica Batlle, la tarea de subacuática era de apoyo para la colocación de bloques de piedra o hormigón en la bahía, frente a la central, en donde se apoyarían los caños de circulación del agua marina, desde y hacia la bahía. El trabajo del buzo dijo era sencillo, una grúa cargaba los bloques desde tierra, y mi tarea consistía en ir guiando por teléfono submarino al operador de la grúa, de tal manera de que los bloques quedaran colocados formando un perfecto “empedrado”. El contrato sería directo con la empresa Saceem, y el salario equiparado al de Oficial metalúrgico. Después de pensarlo, y consultarlo con amigos, le respondí negativamente, y no volvimos a vernos más. Supe que después de terminar este trabajo, estuvo afectado al proyecto de la Boya petrolera de José Ignacio. La responsabilidad. Hoy a la distancia, el recordar estos episodios de mi vida, me generan sentimientos encontrados, por un lado el agradecimiento por la oportunidad que se brindó y confianza que se depositó en mi persona, las enseñanzas y temple que me dejaron para enfrentar situaciones límites, pero también me doy cuenta de que exponerme a tales riesgos, fue un acto de irresponsabilidad, que me podía haber costado la vida, y todo por una decisión equivocada, error que yo nunca cometería, ya que por un beneficio de lucro, jamás cometería el abuso de mandar “a la guerra con un tenedor”, a un joven inexperiente. También tengo presente, de que por lo que conocí de Pedro (lo apodaban “el loco”), creo que no lo concientizaba de esa manera, para él eran cosas sencillas, un motivo de vida, como cambiar la rueda de un auto, o andar en bicicleta, lo que me hace descartar malas intenciones. El futuro. Con toda la experiencia adquirida, sentí que había un horizonte muy prometedor, mis futuro lo veía en aguas de la polinesia, o del mediterráneo, pero como todo tiene un comienzo, y dado que los de mi generación, por formación, fuimos mayormente admiradores del estilo francés, hacia allí apuntaba mi proa. Pero algo más grande e imprevisto invadió mi vida, y todo mi espíritu aventurero se enfocó en otra dirección, digamos que me “tiré al agua”, pero en tierra firme.

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